En alguna ocasión tuve una conversación con alguien que se mofaba de la mala pronunciación de un campesino que hablaba de manera atropellada en un noticiero, lo que este hombre del campo decía tenía mucho sentido, sin embargo su vocabulario no lo validaba cómo un interlocutor "digno” de ser escuchado. Entre “haigas" y “naiden", intentaba expresar su descontento por un sistema que lo había empobrecido, pero a pesar de la contundencia de su mensaje, este quedaba automáticamente invalidado por mi interlocutor al no corresponderse con un lenguaje en su forma “culta”.
Fue entonces cuando me surgió la inquietud de cómo validamos ahora lo que escuchamos y creemos de acuerdo a la elocuencia, apariencia y postura de quien lo emite. Lo que además me lleva a preguntarme si hemos olvidado la capacidad de discernir entre un mensaje poderoso y uno vacío, porque simplemente estamos perdidos observando la forma mientras nos desconectamos del fondo. En un mundo lleno de personas cada vez más educadas, pero también menos sensibles, de discursos cada vez más elaborados, pero cada vez más vacíos, de mentiras decoradas, bien valdría la pena revisar quienes se han adueñado de la palabra avalados por sus títulos y quienes han sido silenciados a pesar de su sabiduría. La idea de que estudiar y convertirnos en profesionales haría de nosotros mejores seres humanos ha fracasado, y podemos ser testigos de este colapso viendo en los noticieros a políticos con el micrófono abierto egresados de las mejores universidades diciendo cientos de estupideces por minuto de manera elocuente y con la mejor dicción. En qué momento nos empezamos a preocupar tanto por la forma y descuidamos el fondo? En qué momento las verdades a medias dichas por excelentes oradores se volvieron tan populares? En qué momento nos arrebataron el sentido crítico y las universidades graduaron zombies domesticados que repiten lecciones sin cuestionar? En qué momento se desconectó el conocimiento del saber? A veces encuentro tanta sabiduría en un indígena o en un campesino, que pareciera que en lugar de que un diploma nos agregara información valiosa, nos la robara cuando lo adquirimos. Tal vez sea hora de des-romantizar la educación, porque cada vez me encuentro gente más formada, experta y especializada en posiciones de liderazgo, pero por alguna razón hay más mezquindad en sus acciones y menos sabiduría en su guianza.
Así que creo firmemente que hoy la “verdad”, y en especial la “bondad" se podrán encontrar también en los lugares menos esperados, por ejemplo detrás de un “haiga". Pero para escucharlas hará falta despojarnos del clasismo, volver a nuestras raíces y entender que “haiga” fue también una forma verbal del castellano antiguo que ha sobrevivido en el mundo rural, y que es posible que el valor de reintegrar al mundo esas voces segregadas sea el secreto de reintegrarnos como humanidad.
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